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En los antiguos imperios de Oriente Medio el lujo estaba representado por joyas, piezas de marfil, cerámicas, metales preciosos, ornamentos, vidrios o esculturas, entre otros objetos. Una proyección de estatus y distinción de los poderosos de la época por lo extravagante y difícil de obtener que eran aquellos elementos.

En la actualidad la concepción del lujo es distinta en cada persona y, aunque en cierto modo depende un poco del país, de la cultura y de la sociedad en la que vivimos, la globalización y una extensa oferta de viajes nos permite ampliar, definir y compartir el significado del lujo con otras culturas. Un español practicando el «dolce far niente» —el placer de no hacer nada para los italianos— en una terraza del Trastevere es una de las consecuencias de viajar. Otro pequeño lujo.

A día de hoy el lujo está en las pequeñas cosas, en lo cotidiano. Empleamos la expresión «lujo asiático» para remitir a todo lo normal que nos sienta bien. Un aperitivo con vistas, un café y un libro, la lluvia través de la ventana, un disco de La Buena Vida, una película de Woody Allen, un paseo en Vespa o una visita al Museo del Prado; pequeñas cosas que nos sientan bien. Pero el verdadero lujo en el siglo XXI es el descanso saludable: la calidad del descanso y tiempo para descansar en un buen colchón. Dormir ocho horas del tirón y levantarte con esa sensación de felicidad es el verdadero lujo en estos tiempos en los que todo sucede deprisa y rápido, en los que vamos corriendo a todos lados y llegamos tarde y, en definitiva, en estos tiempos en los que lo que nos falta es tiempo.